viernes, 4 de mayo de 2012

El pábilo vacilante

El pábilo vacilante, el segundo volumen de textos a partir del blog, nos lo presentó Enrique como más de lo mismo: solo aquel gran texto de la contraportada sería -según él- novedad.

Leer su blog a diario es una suerte; y sería una suerte simplemente releerlo (en papel o como sea). Pero es que leer este libro no es releer: esto es una selección de lo mejor del blog, revisada, corregida y ordenada de modo que se pueda leer en un conjunto mayor, que forma una unidad diferente buscada, pensada, con un argumento y líneas de fuerza claras.

Están las marcas de la casa: pequeñas escenas cotidianas, hermosos poemas breves, razonamientos morales (en el mejor sentido de la palabra), aforismos (que se empeña en llamar con nombres distintos), lecturas iluminadoras, pero aquí enhebrados como en una sinfonía.

El primer tema de fondo es la vida de un matrimonio sin hijos: el vértigo de una conversación en mise a abyme con Leonor en el Prado, solos los dos ante «Susana y los viejos» (31) y el amor que ilumina la «apagada cena conyugal» (40) y que se descubre en una «lista de la compra» (48).

Entre medias se introduce aquella vez en que alguien recordó a su madre citar el «pábilo vacilante» (32). Era una broma, pero tiene fondo, que comparte con encontrarnos aquí aquel verso tan emocionante de la petición de Pia de Tolomei a Dante: Ricorditi di me, che son la Pia (49), o, poco más adelante, el haiku de la imagen pisoteada de Jesús: ese Zesukirishito (68) que se trasparenta bajo el papel.

Y moviéndonos en ese ambiente nos damos con una en principio extemporánea definición de poesía: «palabras para cuando no hay palabras» (69), que se aclara en una entrada titulada  Mi madre en el hospital, de buena mañana (72), con estos versos:
El sol te ve cada día
nuevamente. Esta mañana
con qué ilusión, con qué luz
te iluminaba la cara.
Ahora descubrimos que todos estos textos tenían de fondo la música de los últimos días de su madre. Y nos alegra mucho poder encontrar ahora ahí un artículo suyo rescatado del periódico para ese lugar del libro: la necrológica en la que la emoción solo se descubre entre líneas, si uno se fija mucho.

Y lo que viene después queda teñido de esa muerte: un aforismo de Vicente Núñez (75), un poema de Vicente García, otro suyo a la Virgen del Carmen (81, primerizo, pero muy bonito a pesar de todo lo que diga), el haiku amargo de Issa (85).

Eso es justamente lo que ganamos al pasar del blog al libro: páginas como estas, pero ordenadas por Enrique así, con el orden de la vida pero con el cuidado de la literatura (disfrazado de amenidad 185-6) para lograr referirse al dolor, pero mostrado con pudor. El tono lo dio ya empezar el libro con la admiración de Bobin -y de Enrique al citarla- por una frase de Mozart sobre un concierto que le había salido «brillante», pero «falto de pobreza».

Y pronto, otro tema (pero relacionado: el pábilo vacilante que parece que se va a apagar pero no, ya nunca): la vida que ya no se espera, pero llega. Un poema de Juan Bonilla sirve de contrapunto a otro suyo. Y justo ahí, en esa renuncia, el anuncio por sorpresa de la vida nueva (103) tan alegre -pero todo el mundo lloraba al saberlo- que se culmina en otra cumbre del libro: el nacimiento de Carmen (159).

Yo recordaba del blog un relato nada sentimental de cuando asistió al parto (eso se ha caído de la selección: a mí me gustaba). No importa, en el libro, qué emocionante modo de contarlo, cuando la recibe con estos versos de Miguel Hernández: Rival del sol /Porvenir de mis huesos / y de mi amor. Y luego la alegría y la tristeza en el bautizo -muerte ritual (volvemos a lo mismo).

La tercera cumbre esta el final: el nacimiento de su hijo; pero los varones en este libro quedan en un segundo plano. Son caballerosos los Enriques y este es un libro de mujeres: Leonor, su madre, Carmen, su suegra, Amparo (¡qué gran personaje!).

Y esto ya se ve que no es una crítica de un libro: es contar algo de lo mucho que me ha emocionado leer El pábilo vacilante: ¿una emoción distinta del blog? pues no sé, yo me he dado de baja de la Teoría de la Literatura.

10 comentarios:

  1. Cuando termine de leer "El pábilo vacilante", un libro espléndido, se me vino a la cabeza la palabra "piedad". Hay en la mirada de Enrique veneración por la realidad en torno, muy chestertoniano, un tono celebrativo siempre, incluso cuando el tema es triste.
    Sin saber lo que es exactamente el pobrismo en palabras de Bobin, no lo veo en el libro, y lo digo como un elogio. Me parece, por el contrario, un libro "rico", de plenitud.
    El pábilo será vacilante pero aquello que ilumina no vacila en absoluto. ¡Bien real es el mundo con sus personas y sus cosas, en el mundo de Enrique! Se tocan, se ven, se sienten. Sus "impresiones" no conducen a un "impresionismo". EGM "realiza" cuando escribe: es realista, pero no chato; la realidad no es plana. Vuela ella y tal vuelo lo recoge nuestro amigo.
    El arco temporal del libro, en palabras de EGM, va de la muerte de la madre al nacimiento de la hija.
    Permítaseme un juego de palabras:
    nos columpiamos desde la no tocada, no vista per sí sentida madre, a la tocada, vista y sentida hija.
    Enhorabuena, Enrique.

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  2. Suso, he preferido quitar ese párrafo sobre Bobin porque lo había escrito de varios modos y con lo que dices tú me queda más claro que tampoco conseguía explicarlo yo bien.
    Debería haber intentado explicar que Mozart aparece como un músico festivo y 'ameno' y luego esconde una emoción muy honda; eso justamente era lo que quería haber explicado del libro de Enrique.

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  3. Y yo que he ido ya dos veces a la librería y he cogido el libro, y no puedo ni ojearlo, porque está todavía con el forro de plástico. Parezco un niño ante un escaparate de la pastelería. Después de esto no resisto más. Voy a romper el cristal. Esta tarde me lo compro.

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  4. Bueno, he tirado la casa por la ventana y me he comprado... ¡un libro!
    Me llama mi mujer para consultarme sobre uno de los seis regalos de primera comunión que ha de comprar, ¡y yo haciendo economías sin comprarme el libro de Enrique!. No puedo más: Mira- le digo- vete a la Casa del Libro y comprame el pábilo vacilante. - ¿Como, de García Márquez?- ¡No, un escritor mucho mejor aún, donde va a pará. Máiquez, Máiquez¡
    Aquí lo tengo...por fin. Todavía no le he quitado el celofán. Esperaré a que se acuesten los niños (acaban de llegar y gritan como potros) y en una copa de cristal de largo tallo escanciaré un buen vino...Umm, me las prometo felices. Ya contare...

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  5. Por fin he podido empezarlo con tranquilidad, no se me cae de las manos. Se trata de un libro de una honda humanidad, de la humanidad cálida de cada día. Enrique consigue elevar los temas más nimios y los carga de una profundidad que resalta la verdad oculta de las cosas. Es como un bodegón de Zurbarán o Sánchez Cotán, capaces de transfigurar, enaltecer un cardo o la humilde y simple taza de barro. Porque todo está perfilado desde la mirada del poeta, la poesía late en cada texto y muchas veces no sólo está latente sino que rompe en pura poesía. Y además plagado de ingenio, de inteligencia, de humor. Con una sutileza que hace pasar por fácil lo difícil, como si le saliera de corrido, que es como se lee. Es difícil cerrarlo: una entrada, otra, la última… La sonrisa apenas se me borra y a veces me sorprendo riendo francamente. Sin ser insensato, el libro desborda optimismo y además deja asomar la bonhomía del autor. Esto lo hace muy atractivo. Prefiero leer un buen libro de un autor malo que no un mal libro de un santo, pero entre dos buenos escritores prefiero al bueno en todos los sentidos. Y no digo yo que Enrique ya sea un perfecto santo, no lo sé, pero sí que aspira a ello, lo cual se nota en la obra que nos deja un regusto de clara alegría, de inteligente esperanza. Acabo de empezarlo. Seguiré…

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  6. Qué bien visto, y oído, como siempre, A. Me parece que el libro de Enrique es un elogio a la vida, una celebración de la alegría... (valga la..., que la alegría ya se celebra a sí misma).
    El lbro me recuerda aquella cita de su primer libro: más vale encender una pequeña luz que gritar contra la oscuridad. Jo, y cómo ilumina un pábilo. Jaime

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  7. Ignacio, me alegra que lo puedas estar disfrutando. Yo he cargado la mano en la tristeza, pero es un libro muy alegre.
    Y es verdad, J., que es un tema que está desde Haz de luz: muchas gracias por traerlo aquí.
    Y por corregir más, he vuelto a poner a Bobin y a Mozart en la entrada.

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  8. No había leído en su primera aparición la frase sobre Bobin y Mozart; en ésta, al menos, me parece perfectamente en su sitio. Yo "no la tocaría ya más, que así es la rosa". Digo.

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  9. Leí por ahí que una entrada es como un graffiti y un blog una colección de pintadas y pensé en el blogg de Enrique y en El pábilo vacilante, que es a las pintadas lo mismo que un Vermeer.
    Es el misterio, la esperanza, el milagro y la hermosura de la vida en todo su esplendor.
    Y un libro con el que se ríe, a carcajadas como dice I.Trujillo, y se admira, y se llora, y se agradece, y se piensa...
    El título es una preciosidad, como la anécdota de la que procede, pero el libro es una antorcha. Y un antídoto contra el desencanto, tendrían que recetarlo.
    Me ha encantado la reseña, Ángel, y la selección y esas líneas de fuerza tan bien vistas. Gracias.

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